domingo, 4 de agosto de 2013

Germani y el Peronismo

Germani y el Peronismo

En su texto de 1956: "La integración de las masas en la vida política y el totalitarismo", el sociólogo ítalo-argentino Gino Germani caracterizaba al peronismo como un 'fascismo de izquierda', apoyándose para ello en las bases populares a las que moviliza y politiza dicho movimiento, y en las modalidades antipluralistas del régimen, al que denomina 'la dictadura'. Lo distingue así del 'fascismo clásico' de origen europeo, que moviliza y politiza a las clases medias en contra de la organización, y posibilidad de toma del poder, por parte de la clase obrera. Este artículo de 1956 es posteriormente incorporado como capítulo IX de su obra clásica 'Política y sociedad en una época de transición', de 1962.  
En su último libro, 'Autoritarismo, fascismo y populismo nacional' de 1978 -escrito en inglés- Germani recupera la noción de 'alternativas funcionales del fascismo' que había introducido en el capítulo V de su obra de 1962, para referirse a las dictaduras militares, y otros 'regímenes burocrático-autoritarios' latinoamericanos, en virtud de que los mismos tienden a objetivos sociales similares a los del fascismo europeo: la desmovilización de la clase obrera. En el mismo libro, recupera del texto de 1962 la expresión 'populismo nacional', para referirse a una alternativa a la democracia representativa moderna, en la fase de modernización que caracteriza como de 'movilización total' de las masas, y la plena inclusión de las mismas -incluyendo a las clases populares- en la ciudadanía y política de masas. Esta modalidad alternativa de movilización política de masas es caracterizada como policlasista, nacionalista, plebiscitaria y anti-pluralista.  
Pero el mismo Germani, en ambos libros, y en un artículo póstumo de 1979, 'Democracia y autoritarismo en la sociedad moderna', caracteriza al fascismo como un tipo de 'autoritarismo moderno' -esto es, como una forma de 'totalitarismo'- que se distingue del 'autoritarismo tradicional' -cuyo nombre es, simplemente, 'autoritarismo'- por movilizar y politizar a las masas, bajo la forma de un partido único, y de la propaganda política antipluralista. El 'autoritarismo' es, así, caracterizado como propio de sociedades 'tradicionales', y el 'totalitarismo' como propio de sociedades 'modernas'. La diferencia entre ambos es que el 'autoritarismo' es un régimen desmovilizador y despolitizador de las masas, y el 'totalitarismo', por el contrario, es un régimen antipluralista, pero movilizador y politizador de las masas, en torno a la ideología de un partido único.  
El fascismo es, así, un totalitarismo 'de derecha' por sus bases y orientaciones de clase, del mismo modo que el estalinismo es un totalitarismo 'de izquierda', en base a los mismos criterios. Ambos se oponen a la democracia pluralista de partidos, y por ello son regímenes 'autoritarios'.   
Ahora bien: toda esta caracterización, a mi juicio, contiene una contradicción en los argumentos. Por un lado, como una inconsistencia primera, el origen de clase no es un factor suficiente para caracterizar a un régimen como 'de derecha' o 'de izquierda', excepto a partir de un determinismo mecanicista que permite sustituir inmediatamente la clase por la ideología o  'conciencia imputada' a esa clase. 'Izquierda' y 'derecha' son posicionamientos ideológicos; y los mismos se relacionan más con los proyectos políticos en relación con el orden social -mantenimiento del mismo, o modificación regresiva, en un caso; o modificación progresiva y antijerárquica, en el otro- de los grupos, que con su adscripción económica de clase. Pues si bien podría aceptarse que los intereses de los grupos privilegiados apuntan a conservar o preservar su posición; el mencionado determinismo mecanicista implica también que la clase obrera sólo puede asumir posiciones clasistas; siendo que históricamente es observable que la misma también puede asumir posicionamientos ideológicos comunitarios e integradores, dentro del orden vigente; eligiendo, por tanto, más la 'integración', que la 'revolución'.
Pero, fundamentalmente: si el fascismo es una forma de autoritarismo que moviliza y politiza a las masas (por ende, de 'totalitarismo'), las dictaduras militares no pueden caracterizarse como 'alternativas funcionales del fascismo', sino, en todo caso, del autoritarismo tradicional, premoderno, ya que en ambos casos lo que se busca lograr es la desmovilización política de la población (la anulación de la ciudadanía política), a fin de evitar las reformas sociales. Las dictaduras militares burocrático-tecnocráticas de mediados del siglo XX en América Latina son regímenes autoritarios, no totalitarios, y por ello, no pueden equipararse con el fascismo. En cambio, se podría hablar de una 'alternativa funcional del fascismo' si se encontrase algún tipo de régimen que pusiese un freno a la politización 'clasista' de la clase obrera, por medio de algún procedimiento de movilización política de las masas. En el caso europeo, ello ocurrió por medio de la movilización masiva de las clases medias, e incluso de grandes sectores de las clases bajas, por medio de la ideología nacionalista. El fascismo es, así, una forma de nacionalismo de masas, antipluralista y plebiscitario; y, como tal, 'populista' (anti-institucionalista; en el sentido de opuesto a las formas de la democracia representativa pluripartidista y parlamentaria).  
En el caso del peronismo argentino, puede decirse que el mismo cumple la 'función', no de despolitizar a la clase obrera, sino de impedir su politización clasista, por medio de una politización nacionalista, que amplía significativamente los derechos sociales y la inclusión de sus bases en el contexto del orden existente; pero al mismo tiempo aparta a los trabajadores, tanto del marxismo, como de las instituciones y valores de la democracia liberal; y en general de toda ideología 'universalista' y pluralista. En este caso, se combate el clasismo obrero por medio de una ideología nacionalista y de inclusión social, pero autoritaria, hegemónica y anti-pluralista. El fascismo busca forzar la conciliación y armonía entre las clases y grupos de interés, entendidos como partes de una comunidad sustancial amenazada por los conflictos de clase.
Debe tenerse en cuenta que la finalidad del fascismo -por ser un 'totalitarismo'- no puede ser la desmovilización ni  la despolitización de las masas, sino el combate al clasismo -que es una forma de 'universalismo'-, por medio del nacionalismo. Hay dos formas de totalitarismo: una clasista -el marxismo en la forma del 'socialismo de Estado'-, y otra nacionalista -el fascismo-. En ninguno de ambos casos se trata de desmovilizar políticamente a la población, sino por el contrario, de politizarla bajo la égida del partido único, que impida el surgimiento del pluralismo político y el conflicto social. En un caso se busca imponer un igualitarismo de Estado; en el otro, que el Estado imponga la conciliación de los diversos intereses, para regular e impedir el conflicto social.
[Lo que el fascismo se propone, pues, no es desmovilizar a las masas populares -esto es propio del autoritarismo 'tradicional' y las dictaduras militares 'clásicas'-, sino politizar a grandes masas de la población, encuadrándolas en las estructuras organizativas y asociativas de un partido único, anti-clasista ('poli-clasista'), y anti-pluralista, cuyo núcleo ideológico gira en torno a la unidad identitaria de la nación como homogeneidad sustancial, contra los enemigos externos e internos que intentan desestabilizarla.]  
Puede decirse, por tanto, que en términos formales, ideológicos, e institucionales, el peronismo se ajusta más adecuadamente a la caracterización de 'alternativa funcional del fascismo' que las dictaduras militares; aunque, para utilizar la terminología del propio Germani, el mismo equivaldría a un 'fascismo de izquierda', por cuanto sus bases son fundamentalmente obreras, pero sobre todo en tanto que sus objetivos se orientan a la ampliación de derechos y la inclusión de la clase obrera a la 'comunidad nacional', en el contexto de un régimen policlasista y capitalista de Estado, antiliberal, hegemonista y antipluralista, de orientación corporativista.  
En este sentido, no debe olvidarse que los regímenes fascistas europeos 'clásicos' (el fascismo italiano y en particular el nacional-socialismo alemán) también se caracterizaron por institucionalizar una forma de régimen que amplió considerablemente los derechos sociales de la población de ese entonces y en el contexto històrico respectivo (en desmedro de sus derechos civiles y políticos); y que en el caso alemán, generó el pleno empleo, la protección o 'seguridad' social generalizada de los obreros por parte del estado, el turismo social de masas, las pensiones estatales por retiro o jubilaciones, etc. etc.; y que el fundador del partido peronista argentino conoció directamente esa realidad, en su viaje de 1937-38 a ambos países, donde dichas instituciones, y los sindicatos corporativistas de obreros y patrones -como parte de una 'comunidad organizada'- lo impresionaron tanto como las manifestaciones o movilizaciones políticas de masas, y el culto a la figura de un líder plebiscitario que concentraba en su figura todo el poder, en regímenes que se proponían como alternativos al estado de derecho liberal.


 
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En todo este razonamiento, se asumen algunas premisas que requieren ser explicitadas. Entre ellas, la diferencia entre 'clasismo' y 'nacionalismo'.  
El clasismo es una ideología que se inscribe en la lógica de conflictos propia de una estructura social moderno-industrial, donde hay dos grandes clases fundamentales, bajo un régimen de explotación de una de ellas por la otra, basado en la propiedad privada de los medios de producción, que legitima la apropiación privada de la riqueza social. El clasismo denuncia la escisión y fractura social como una anomalía, o contradicción (entre el caracter social o colectivo del proceso productivo y el consumo fabril, y el caracter privado de la apropiación del producto de dicho proceso productivo), que exige ser resuelta para que no exista separación o escisión entre el sujeto trabajador-colectivo, y el sujeto propietario de los medios de producción, de modo que la producción sea efectivamente un modo de realización y satisfacción colectiva de las necesidades vitales de toda la sociedad. Se trata de la variante 'colectivista' de las ideologías 'universalistas' propias de la Modernidad, que -como el liberalismo, que es la versión 'individualista' de las mismas ideologías- parten de la premisa ontológica y axiológica de la igualdad de derechos para todos los hombres ('todos los hombres son iguales', ya como afirmación de hecho, o como ideal a realizar). El igualitarismo clasista requiere de la eliminación del régimen de clases, y por su intermedio la eliminación de la desigualdad social en todos sus planos, considerada como anomalía propia de una sociedad alienada.
El nacionalismo, por el contrario, si bien también es una ideología 'colectivista', no adscribe a principios universalistas, sino particularistas. El sujeto portador de derechos y valores a defender no es 'el hombre', el 'individuo' o el 'ciudadano', sino 'el pueblo' o 'la nación', esto es, sujetos colectivos homogéneos, que se caracterizan por definirse en torno a una identidad sustancial  de carácter diferencial o particular -distintos estilos de  vida, tradiciones y costumbres, valores, culturas, etc.- que no admiten sujetarse a ninguna generalización universalizante. Dado que su sujeto de referencia es 'la nación', no puede aceptar ningún tipo de horizonte universalizador del orden de 'la humanidad': la 'humanidad' se halla repartida en 'pueblos' o unidades étnicas, comunales o culturales irreductibles e inasimilables, que no tienen nada en común, y sobre las cuales no se puede generalizar. La 'igualdad de los pueblos' es la reivindicación del derecho de cada uno de ellos a tener su propia existencia e independencia respecto de los demás, como unidades indivisas separadas; frente a los que toda norma general resulta aplicable sólo bajo la forma de la imposición forzada. Por un lado, esta ideología se caracteriza por el rechazo o la negación de cualquier tipo de principio institucional universalizable -ya sea a nivel político o económico-, y por ende por la reivindicación del -o los- particularismo/s nacional/es. Por el otro, 'hacia adentro' de cada 'nación', el 'pueblo' es entendido como conformado por distintas 'partes' que componen un todo 'orgánico e integrado', portador de una identidad común; y por ende en última instancia constituido por una unidad sustancial homogénea -sin discrepancias o diferencias auténticas; no como una pluralidad, sino como una unidad (cuyas jerarquías son constitutivas, pero que requieren la inclusión de todas las partes en el todo común)-. En tercer lugar, dado que sólo hay pueblos, y no una humanidad o una juridicidad o normativa de caracter general, los pueblos se relacionan entre sí a partir de sus semejanzas y diferencias, y en particular a partir de sus asimetrías de poder: pueblos fuertes y débiles, dominadores ('imperios') o dominados ('colonias'). En el rechazo a ambas alternativas es que emerge el concepto de 'patria' como sujeto colectivo que reivindica su autonomía, y combate y resiste a la dominación extranjera, y que por ende concibe a la política como guerra contra un enemigo externo, y sus secuaces locales.  
Para esquematizar esta oposición, quisiera sostener este argumento: para el clasismo, la sociedad actual, antagónica, es un 'dos', y esto es percibido como una anomalía: lo que deberá haber, como proyecto futuro, es un 'uno' homogéneo, que elimine el conflicto social y político. Para el nacionalismo, en cambio, lo que efectivamente hay, a nivel sustancial e identitario, es un 'uno' de naturaleza identitaria, sustancial y cultural -anclado en la historia, las tradiciones y el pasado-, y la política consiste en evitar por todos los medios que emerja un 'dos': toda pluralidad es el camuflaje de una división de la comunidad -o de la unidad del pueblo-, y es la reproducción a nivel interno de la diferencia y el antagonismo entre el pueblo-uno y sus enemigos.   
En un caso, se debe eliminar el dos, para que por fin la sociedad sea un uno (crítica del antagonismo clasista-economicista). En el otro caso, se debe preservar al uno (identitaria y culturalmente fundado) de la emergencia de todo dos (de origen exógeno, exterior, y producto de la dominación extranjera). En ambos casos se reivindica la figura política del Uno homogéneo, ya sea como ideal a lograr por medio de la lucha de clases y la futura cancelación del conflicto económico; ya como realidad sustancial latente o subyacente a todo tipo de división empírica, percibida como disidencia y amenaza al orden sustancial de la comunidad, expresado en su cultura particular.  
En ninguno de los dos casos se percibe la positividad y productividad política del dos, de la pluralidad y el antagonismo, como dimensión constitutiva de la vida política. El dos es el 'medio' para hacer política, en la medida en que esta actividad es concebida como orientada a la anulación de ese mismo dos, y a la afirmación, realización, actualización o imposición final de un Uno, esto es, de una sociedad reconciliada consigo misma, homogénea, plena, carente de conflictos; y, por ende, sin política. La 'comunidad' es el ideal de ambas ideologías, como orden sustancial reconciliado, carente de disensiones y de pluralidad. Así, para ambas ideologías, a pesar de sus grandes diferencias en términos de la oposición 'universalismo-particularismo', la política -entendida como guerra- tiene como fin último su propia anulación: la cancelación de la política en el orden pleno de la comunidad reconciliada.

E.F.